Conspirando Encuentros nace del interés de un pequeño grupo de personas, miembros de distintos colectivos
sociales de la Ciudad de Cádiz.
Así, desde noviembre de 2023, se han realizado tres reuniones de sondeo y consulta, y cuatro encuentros-merienda (en los que conocimos un poco más al Colectivo Intercultural Amazonas, el Colectivo Digna-mente, el Colectivo La Enredadera CSA, y la Coordinadora de la Escuela Pública) y por los que pasaron miembros participantes de más de 15 colectivos sociales de nuestra ciudad.
De todos esos diálogos y encuentros aprendimos mucho, surgieron muchas preguntas y dieron muchos motivos de reflexión y debate.
Lo que compartimos ahora es una síntesis de los “informes” en los que fueron reflejándose los diálogos y debates a lo largo de los diferentes encuentros, porque creemos que son un reflejo de la realidad actual de los colectivos sociales. Estos informes -en primera persona del plural- se compartieron con todas las personas participantes, para seguir alimentando nuevos diálogos en el interior de sus colectivos.
Cómo nos organizamos
En casi
todos nuestros colectivos sociales, existe un pequeño grupo de personas (3, 5,
6…) que asume la mayor parte de las tareas organizativas, y es en ese grupo
donde se toman las decisiones cotidianas. Se le denomina de diferentes maneras
(núcleo duro, coordinadora, grupo motor…) y suele incluir a personas promotoras
del colectivo y/o miembros de la Junta Directiva (cuando se trata de un
colectivo “formalizado”). Este grupo mantiene un contacto permanente entre sí.
Con frecuencia, las personas “activistas” más implicadas en tareas
organizativas participan al mismo tiempo en otros colectivos (multipertenencia,
multiactivismo…).
En ciertos
casos, cuando se trata de un colectivo legalmente “formalizado”, la Junta
Directiva tiene un funcionamiento diferenciado, reuniéndose con cierta
regularidad para contrastar y validar las propuestas y decisiones del núcleo
organizador.
Por lo
general, en torno al grupo motor, existen “círculos” más o menos amplios de
simpatizantes que apoyan, participan y colaboran ocasionalmente en el
desarrollo de las actividades de los colectivos. Estos círculos a veces son
denominados como “satélites” por su implicación periférica en el proyecto.
En casi
todos los casos existe una asamblea más amplia que incluye a socios/as (cuando
los hay), simpatizantes y colaboradores y se reúne periódicamente (1 vez al
mes, a la semana…) o/y cuando se necesita, y es
donde se contrastan y validan las propuestas y decisiones estratégicas. La
participación en las asambleas suele estar entre las 8 y las 15 personas.
La forma más
habitual de organización de las tareas suele ser los “grupos de trabajo” que
asumen el desarrollo de ciertas funciones organizativas o el desarrollo de
actividades concretas. La autonomía de los grupos de trabajo es amplia y generalizada.
La coordinación de estos grupos se realiza habitualmente en el núcleo motor. En
varios colectivos existe un grupo de trabajo específico de “comunicación”, con
la misión de comunicarse con miembros, simpatizantes y con la comunidad, que se
ocupa de gestionar la presencia del colectivo en las redes sociales.
El modo de
comunicación interna más frecuente son los grupos de WhatsApp o Telegram,
aunque consideramos que, en la mayoría de los colectivos, no hemos resuelto
bien la comunicación entre miembros y la comunicación externa con las personas
simpatizantes y la comunidad en general.
Las
decisiones suelen tomarse habitualmente por acuerdo general o consenso entre
las personas que participan en los diferentes espacios, recurriéndose
excepcionalmente a “votaciones”. Decide quien participa.
A vueltas con el liderazgo
En los
colectivos, compartimos un prejuicio generalizado con respecto a la palabra
“liderazgo”, la asociamos a una forma autoritaria y personalista de “dirigir” las
organizaciones, que está muy extendida y nos produce urticaria, un rechazo
visceral.
Sin embargo,
estamos de acuerdo en que -lo llamemos como lo llamemos- es imprescindible que en
los colectivos haya personas concretas que tomen la iniciativa, abran camino,
propongan ideas, “empujen el carro” …
Sin ellas, nada funcionará. De hecho, estas personas existen en todos
los colectivos: son las que más se implican, más proponen, más apoyan, más
impulsan…
Pensamos
que, esos liderazgos -se llamen como se llamen- no tienen por qué estar
concentrados necesariamente siempre en una misma persona, ni ser autoritarios y
verticalistas. Hay muchos tipos y formas de liderazgo. Los liderazgos -la
iniciativa, el impulso, el empuje…- pueden ser compartidos por muchas personas,
basarse en la participación y el diálogo, distribuirse de acuerdo con las
habilidades y capacidades de cada cual… Se trata de conseguir que en los
colectivos no haya “jefes” o “jefas” y sí que haya muchos “líderes” o
“lideresas”, que todas las personas sean importantes y ninguna sea
imprescindible, que todas impulsen y empujen.
Pero, esto
tan bonito sobre el papel, raras veces ocurre. En la práctica, el liderazgo en
los colectivos -la iniciativa, el impulso, el empuje…- suele concentrarse en
una o unas pocas personas y renovarse con mucha dificultad. Lo que es bastante
explicable, porque ya hemos dicho que en los “grupos motores” hay pocas
personas, porque la participación social está en crisis (siempre lo está), y
porque no sabemos practicar el liderazgo de otra manera. Tenemos interiorizado
un modelo vertical y autoritario de organización (con “jefes” y “jefas”), que
creemos más eficaz.
El resultado
es el que conocemos: baja participación de la gente, cansancio y saturación de
las personas que siempre impulsan, continuidad de modelos organizativos
verticales, agotamiento de los proyectos y los colectivos…
Tenemos
claro, que hay que hacer mucho más atractivos los espacios, los colectivos, los
proyectos. Y también que todo ello está muy relacionado con el diálogo y la ayuda
mutua entre los colectivos: compartimos las mismas necesidades, así que las
respuestas han de ser compartidas también.
“No nos da la vida”
Ya hemos
señalado que las personas en las que se concentran gran parte de las tareas
organizativas en nuestros colectivos (su “grupo motor”) a menudo suelen
participar también en otros colectivos y movimientos… y además tienen que
ganarse la vida, atender a la familia, relaciones que cuidar… una vida propia
que vivir.
En algunos
colectivos (en la defensa de lo público, la educación, la sanidad, por
ejemplo), se plantean “agendas” de actividades y acciones muy intensas en
condiciones muchas veces adversas (resistencias sociales, falta de apoyo
institucional, etc.), que requieren muchas reuniones, contactos, gestiones… sin
que sea posible “pararse a pensar”.
“La gente va
a reventar calderas”. No hay relevos y las personas más implicadas, muy a
menudo, se sienten cansadas. Pero… ¿quién puede hacer ese relevo, con estos
niveles de autoexigencia, intensidad y estrés que se manejan?
Probablemente,
puede faltarnos “realismo” cuando se acuerdan los objetivos y las agendas, al
valorar las capacidades y recursos de que realmente disponemos, al confundir
nuestros deseos con la realidad.
Algunos
colectivos se empiezan a plantear que es necesario “dosificar el esfuerzo”,
reducir las agendas de actividades, para “ganar tiempo” para pensar juntas.
En algunos,
se plantea una disyuntiva entre ser un grupo “privado” de amigos y amigas (para
crear alternativas culturales y de ocio o para la ayuda mutua, por ejemplo) o
buscar una repercusión pública, una proyección social, lo cual es mucho más
complejo.
Las
preguntas que nos hacemos -sobre cómo hacer las cosas de otras maneras que
faciliten la incorporación de nuevas personas, la renovación de los liderazgos
y los colectivos- solo pueden responderse si nos paramos a pensar en las
respuestas.
Los
colectivos necesitamos más tiempo para la reflexión colectiva, para pensar en
el sentido de nuestra acción, “¿para qué hacemos todo esto?” y en la forma de
hacer la acción colectiva más eficaz y satisfactoria para quienes
participen(amos) en ella. Algunos colectivos ya están en esa reflexión
colectiva, en ese proceso, en el “pararse a pensar juntas”.
¿Hay alternativas?
A pesar del panorama
general de desaliento, parece que, en algunos colectivos al menos, se consiguen
buenos niveles de satisfacción entre sus miembros. Y ello tiene que ver con una
fuerte motivación de las personas hacia la misión o el propósito del colectivo
(“compartimos una misma idea clara”), que afecta a derechos y necesidades
vitales de esas mismas personas, y con sentirse escuchadas y respetadas por las
demás personas del colectivo.
También
puede tener que ver con que estos colectivos le dedican cierta atención a
evaluar colectivamente sus actividades y sus prácticas organizativas. Y al
pensar en las claves de su satisfacción, algunas personas hablan de algo que
resulta difícil de explicar, que tiene que ver con el encuentro y las
relaciones entre las personas (como en el alineamiento de los planetas). Pero
la satisfacción no evita el agotamiento de las personas y no resuelve la falta
de relevo en las tareas organizativas.
Este
problema del relevo resulta particularmente importante: ¿cómo sumar a las y los
jóvenes a la acción de los colectivos y movimientos sociales? Y nos
preguntamos: ¿es posible conseguir la incorporación de nuevas personas a
nuestros colectivos sin que cambien antes nuestros colectivos?
Es difícil
que pueda producirse un relevo porque la mayoría de los colectivos carecemos de
mecanismos para recoger y compartir la experiencia organizativa acumulada, la
“memoria colectiva”, y parecemos condenados a desaparecer o volver a empezar
una y otra vez, cuando cambian las personas que impulsan o lideran los
colectivos.
Así que los
liderazgos se renuevan poco y las tareas siguen concentradas en unas pocas
personas, siempre las mismas. Y no hay tiempo para parar. Y seguimos
quejándonos de que la gente no participa, no se implica…
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